jueves, 30 de diciembre de 2010

MOUNSTRO

Autora:Romina Olivera.


Capitulo 1: Tres Semanas de vida y una decisión.

Había decidido irme; irme lejos, dejar todo atrás y olvidar todo lo q fui, todo lo que era, pero por sobre todo olvidar que una vez fui feliz. Lo fui.

Así que decidí ir en busca de mi medio hermano. No lo conocía, pero sabía que tenía uno, o al menos eso creía.

Arme mis valijas… valijas, jaja, que gracioso; mas bien un simple bolso. Solo agarre unos cuantos trapos y las llaves de mi auto; lo único que quedaba de mi vida el Salt Lake City, Utha. Ah…y mi perro, que por alguna extraña razón no me temía, de hecho me seguía. Trate de dejarlo libre y esperar a q huyera de mi, pero el muy tonto se quedo conmigo. Por un lado eso me hacia bien, tener algo de lo que una ves fui era bueno, pero por otro me dolía.

El dolor era algo a lo cual ya estaba acostumbrada en mi vida pasada; pero no esta clase dolor, no esta sensación de dolor que te hacia desear querer morir. Este fuego me quemaba en lo más profundo de mí ser,  de mi garganta. Pero podía controlarlo, claro que podía, pero no sabia el porque de ese autocontrol, no lo entendía.

Supongo que se trataba de que no quería matarlo, de que el dolor seria más grande si lo viera a mi perro muerto en mis manos, muerto por mí. Al menos eso creía.

Decidí moverme rápido, no quería que los recuerdos me invadieran, así que tome el bolso con los trapos y salí por la puerta que daba al garaje, en donde estaba el auto.

Abrí la puerta del conductor y puse el bolso en la parte de atrás. Mire a mi costado izquierdo y lo vi sentado, mirándome fijo, como si esperara una orden o algo por el estilo.

-¿Vendrás conmigo?- le pregunte. Él ladro y movió su cola.
-¿Estas seguro?, ¡mira que es un viaje largo!-. Se incorporo y entro al auto.
-OK, ¡como quieras!-; “Perro estupido, ¿acaso no sabes el peligro que corres conmigo?, pensé. “Solo espero que sobreviva a todo el viaje”.

Aparque el auto en la calle, dejando al perro dentro de él; decidí que esperaría fuera del auto para no tentar mi suerte.

Me apoye contra el capo, mientras de reojo miraba aquella casa, recordando las últimas tres semanas, las tres semanas de mi nueva vida, de mi maldición eterna.

Esas tres semanas llegaron a mi memoria como una película, una mala película. En esas tres semanas de mi nueva vida había tomado decisiones tan rápido y que en mi “vieja vida normal” nunca hubiera tomado, al menos no con tanta convicción y rapidez.

Mientras miraba aquella casa recordé esas tres semanas de pesadilla; recordé el despertar de mi muerte, el entierro de mi madre, el ver que estaba sola en mi nueva vida, el saber que no podía quedarme allí por que todo me recordaba a ella; me recordaba lo mucho que me haría falta, lo mucho que la quería, pero por sobre todo, lo feliz que fui con ella.

Si, tres semanas de decisiones, y una de esas decisiones era poner en venta la casa, mi casa.

Así que ahí estaba yo, apoyada en el capo de mi auto, en un atardecer nublado, esperando a los nuevos dueños de mi casa.

No sabia mucho de ellos, salvo que eran un matrimonio con dos hijos pequeños; él era abogado y ella maestra. No quise saber mucho más de ellos, era lo mejor. De todas formas no volvería jamás allí. Esa ya no era mi casa. Les pertenecía ahora a ellos, a los nuevos dueños, a los Thomnson.

Antes de que mis recuerdos llegaran mas lejos, oí un auto doblar la esquina, eran ellos.

La minivan se detuvo a unos dos metros por el lado opuesto de la calle; de ella bajaron primeros los niños q corrieron enseguida a la ventanilla por donde se asomaba mi perro; por detrás llegaron sus padres, el señor y la señora Thomnson, con la emoción y alegría de que la casa ya les pertenecía.

-Con cuidado chicos, pórtense bien- la señora Thomnson les decía a sus dos hijos q no dejaban de acariciar al perro.
-Esta bien, no les hará daño-, le dije mirando a los niños.
-Si, bueno, no lo decimos por el perro sino por los dos diablillos que tenemos como hijos-, dijo el señor Thomnson mientras abrasaba a su esposa; esta le propino un codazo en las costillas mientras reía.
-OH…en ese caso será mejor que les muestre la casa rápido-, dije y me baje del capo del auto, guiándolos hacia la entrada,..- Por aquí-, sonreí, solo por ser amable.
-Bien-, dijo el señor Thomnson. –¡¡Entremos!!-. Había un tono de felicidad en su voz, que me hizo sentir algo triste; triste por que sabia que una ves que les entregara la llave no habría vuelta atrás, de hecho ya no la había; ya habían pagado la mitad.
-Chicos, vengan aquí...-, la señora Thomnson llamaba a los pequeños, mientras el señor Thomnson y yo entrábamos ya a la casa.
-Saque los cuadros, floreros, libros, ropa, vajillas y los done, así que no tendrán que sentirse culpables por tirar nada.- les dije con un tono en el cual no notaran el dolor que causaba dejar todo aquello.
-¿Que hay de los muebles?... digo, ¿no te los llevarás?- me pregunto algo curiosa la señora Thomnson. Al parecer le sorprendía que dejara esos muebles allí. La mire esperando  a que terminara de hablar…- es que son muebles muy bellos, y al parecer son artesanales-. Esto último me sorprendió a mí. ¿A caso sabia de muebles esta señora? Tarde en contestarle.
-Veo que sabe de muebles-, le dije.
-Si, bueno, es algo que viene de familia.- me dijo sonriendo y, ¿algo avergonzada?
-OH…- dije- En realidad, creí que les ahorraría la compra de nuevos muebles, pero si no los quiere…-, no me dejo terminar de hablar cuando dijo:
-No, no es eso, con gusto nos quedaremos con ellos; son hermosos, muy hermosos.-Rió y acaricio una pequeña mesa de la sala.- Gracias-.sonrió y me miro a los ojos.
-De nada.- dije sonriendo.
-¿Segura que nos los quieres?- pregunto el señor Thomnson.
-Segura; además no podría llevarlos en mi auto.- reí.- Recorreré el país por un tiempo.-, mentí.
-OH, ¡eso es genial!- dijo él.
-¡Si, lo es!- mire a otro lado-. Bien, creo que esta todo dicho. Les mostrare el resto de la casa.- y así fue, les mostré toda la casa, mas a la señora Thomnson que a su esposo, dado que el ya la había visto, sino no la estaría comprando.

Para cuando termine de mostrarles toda la casa, ya había oscurecido. No sabía muy bien que hora era pero creía que ya pasaban de las 8 PM. El tiempo se alargaba tanto como el dolor en mi pecho. Con la diferencia que el tiempo transcurriría y pasaría mientras que el dolor quedaría allí.

A pesar de que estaba oscuro no me quite los anteojos; eran bastante oscuros, de esos que utilizan los ciegos para esconder sus ojos. De no ser por mi súper visión (suena gracioso si se tiene en cuenta que era un mostró mas que un superhéroe) me habría propinado de un buen golpe al salir de la casa.

- Bien, creo que ya esta todo visto y dicho- le dije al señor Thomnson, algo ansioso por irme de una vez de allí; el lo oto en mi voz.
- Si, gracias otra vez por los muebles- dijo.
- No hay por que, se que los cuidaran mejor que yo- sonreí.- Tenga- les di las llaves.
- Gracias- extendió un sobre al mismo tiempo que yo le entregaba las llaves- lo tome y lo puse en el bolsillo de atrás de mi pantalón, sin ni siquiera abrirlo.
-¿No lo contaras? - me dijo.
- No, confío en usted- le dije sonriendo- a no ser que quiera que lo cuente aquí- reí.
-No, no, por favor, esta todo lo que pidió allí- sonrió algo nervioso, sorprendido por mis palabras.
-Entonces creo que ya me iré, así disfruten de su nueva casa- sonreí algo triste.
- Gracias de nuevo, y mucha suerte en tu viaje por el país- me dijo estirando su mano para saludar, más bien para despedirme.
- No hay porque- tome su mano muy suavemente tratando de no rompérsela. No sabía cuanta fuerza tenía, ni tampoco quería averiguarlo en ese momento.
- Disfruten de la casa- les dije y me giré hacia mi auto.
- Adiós y suerte- dijo la señora  Thomnson al momento que subía a mi auto. Solo le salude con la mano, sin ni siquiera mirar en su dirección, con el miedo de que el dolor me hiciera llorar.

Puse en marcha el auto y acelere.

Treinta minutos más tarde me encontré saliendo de Salt Lake City por la carretera estatal nº 84 hacia el noroeste.



Capitulo 2: ¡¡Bienvenidos a la ciudad de Forks!!



Había tomado todas las precauciones para este viaje; pero además de eso, necesitaría de mi súper autocontrol para soportar a mi compañero.

El viaje duraría alrededor de 17 horas. Claro que, a pesar de que yo no lo necesitara, tendría q parar al menos, en todo el viaje, unos 30 minutos, dos veces, para que mi compañero de aventura estirara sus patas e hiciera sus necesidades básicas (como comer, beber e ir “al baño”). También necesitaría comprarle algo de comida para él.

Amaba mi autocontrol, gracias a el, mi sed no era un problema; solo deseaba que fuera lo suficientemente fuerte y duradero. Pero si en algún momento, durante el viaje, mi sed se volviera un problema, llevaba conmigo dos botellas de 500 CC llenos de sangre, sangre de animal, claro.

La sangre humana me resultaba repugnante. La había probado una vez, fue antes de salir del hospital, y la probé por accidente.

Después de 9 horas de viaje, ya estaba amaneciendo. Así que decidí que la primera parada seria en Aberdeen.

Tras una extensa búsqueda encontré una gasolinera; corrí con  suerte ya q la misma tenia un pequeño bar, compraría algo de comida allí.

Aparque el auto cerca de unas bombas de gasolina, pensando en volver a llenar el tanque de mi auto y también revisaría el motor, solo por precaución.

Una vez que llene el tanque, el cual no estaba ni la cuarta parte vacío, revisé el motor. Todo estaba bien en el.

Decidí entrar al pequeño bar; en el solo se encontraba un hombre y una mujer (parecía ser la mesera). Me senté en una mesa, cerca de un ventanal que daba hacia donde estaba mi auto.

Mientras observaba el auto y a mi perro en el, llego la mujer (era la mesera) y tomo mi orden. Solo pedí un biffe para llevar y una botella de agua sin gas. La mujer solo se limito a asentir con la cabeza y tomar mi pedido, diciendo q estaría listo en 30 minutos.

Mientras esperaba, abrí el sobre que había retirado la pasada mañana, antes de salir de viaje, de abogado que mi madre había contratado por su testamento.

No era mucho lo que había puesto en el, solo dos puntos claves: Primero, que la casa y todos sus ahorros (que eran alrededor de $300.000) pasaran a mi nombre, una vez que ella muriera. Y segundo, que se me entregara el sobre, una vez cumplido 3 semanas de su muerte, con una carta que ella misma me había escrito a mano.

El sobre era muy grande y de color amarillo. Cuando lo abrí encontré un libro, mas bien parecía un diario. Lo saque y lo puse sobre la mesa.

Este desprendía un olor el cual nunca había olido antes, se parecía mucho al olor que desprendía mi perro.

Volví a mirar dentro del gran sobre amarillo y encontré 3 sobres blancos y una foto. Puse los mismos encima del diario, sosteniendo solo la foto con ambas manos. En ella había tres personas; un hombre de pelo negro azabache, rostro algo redondo y ojos marrones oscuros, su piel era de un cobrizo algo oscura, dañada por el viento y el sol. A la par de este, se encontraba una niña de rostro redondo, pelo castaño oscuro y ojos color miel, su piel era algo mas clara que la del hombre a su lado. Quien más me llamo la atención fue la mujer que estaba a la par de la niña. Era muy bella, su sonrisa era hechizante, y sus ojos idénticos a los de la niña.

Cuando la estaba contemplando, recordé quienes eran esas tres personas. El hombre resultaba ser Billy Black, la mujer mi madre y la niña, yo.

Mi madre era bella, muy bella.

Sentí un nudo en mi garganta y un dolor muy fuerte en mi pecho.

Era bueno llevar en ese momento los anteojos, aunque la verdad, no me los quite desde que salí de Salt Lake. No quería que me vieran llorar. Y tampoco lo aria.

Puse la foto en el sobre amarillo y mire los otros tres sobres. Cada uno llevaba un nombre: el primero mi nombre, el segundo el nombre de Billy Black y el tercero, que había caído de adentro del diario, llevaba el nombre de Sam Uley. No le preste mucha atención, tampoco abrí los otros dos sobre. Pero si lo hice con el que llevaba mi nombre.

“Querida hija:
Creo que ya sabes el porque esta carta llego a tus manos.
La muerte es algo a lo que todos estamos atados, y cuando nos llega la hora no podemos hacer nada para evitarlo.
No quiero que estés triste, ni muchos menos que te sientas sola. Yo siempre estaré en tu corazón.
Si te escribí esta carta, fue para q hagas algo por mi; quiero que busques a Billy y que te quedes con el, el te ayudara en todo lo que necesites.
¿Recuerdas lo mucho que insistías en ir a vivir con el cuando eras una niña? Bueno, ese día ha llegado. Búscalo, se que con el estarás a salvo, que estarás  en buenas manos.
El vive en La Push- Forks. La carta que tiene su nombre es para el, dásela una vez que estés con el frente a frente.
Ahora, lo más importante, el abogado de seguro te entrego un sobre grande amarillo. En el hay un diario, le perteneció a tu padre y fue el quien me pidió que te lo entregara una vez que cumplieras tus 18 años.
Nunca lo hice por que respete tu decisión de que solo recibirías algo de el si te lo entregaba en persona.
Todavía recuerdo lo mucho que lloraste cuando el vino para tu cumpleaños nº 13, lo feliz que estabas cuando te regalo el pequeño dije de un lobo; lo triste que te pusiste cuando el se fue ese mismo día de tu cumpleaños, y lo deprimida que estuviste por días a raíz de eso. Te prometiste a ti misma y a mí, que no dejarías que volviera.
No te creí, hasta que dos días después lo llamaste y se lo dijiste, sin ni siquiera llorar. Me asustaste mucho ese día.
Tu solo me consolaste diciéndome: “no quiero que sufras, no es por ti que lo hago; no quiero que venga y después se valla y haga que mi tristeza sea un martirio para ti. No lo odio, nunca podría, por que al fin y a cabo es mi padre, ¿no?” y sonreíste.
Fue esa sonrisa la que me hizo asegurarme de que estarías bien, de que eras fuerte. Lo eres, mi niña.
Nunca dude de tu capacidad de sanar y se que, a pesar de que hoy la vida nos separa, se que estarás bien, porque eres especial, siempre lo fuiste y lo serás.
Se que harás lo que te pido, y se que volverás a ser feliz.
Déjales mis saludos a Billy y dile que le estaré profundamente agradecida por aceptarte, porque no me cabe duda de que así será. Siempre dijo que eras como una hija más.
Confía ciegamente en el, amor.
Te quiero mucho, mi niña; confía en ti misma siempre y se feliz, se que es difícil pero hazlo, no vivas en el pasado, mira siempre hacia delante.
Con amor, tu madre.”

Contuve mis lágrimas hasta el punto de que el dolor, el que había sentido cuando recordé quienes eran los de la foto, se acrecentó mucho más en mi pecho. Lo sentía como un puñal que escarbaba.

Estaba tan concentrada en no perder mi autocontrol, que no escuche cuando la mesera llego con mi pedido, tuvo q toser para que la mirara.

Pagué el pedido; y entre tembladeras y desesperación, guarde los tres sobres, la foto y el diario de nuevo en el gran sobre amarillo, y salí del bar sin mirar atrás, subiéndome a mi auto y pisando el acelerador a fondo.

Sentía que me faltaba el aire.

No aguantaba más. Mi súper autocontrol no pudo con esto. Empecé a llorar.

Llore, llore y llore, sin parar.

Todo el dolor, la bronca y la ira se manifestaron en mi llanto. Necesitaba recuperar mi autocontrol. Y necesitaba hacerlo ahora.

Frene de golpe, al lado de la carretera.

Había conducido tan a prisa, entre el llanto y la ira, que para cuando el motor se apago de golpe y pare de llorar, vi un cartel que decía “Lago Quinault”.

¿Qué? ¿Como es que me encontraba ya cerca de Forks? ¿Tan a fondo pise el acelerador?, pensé. Y empecé a reír como una demente. Fue tanto la risa que mi perro comenzó a ladrar.

-Lo siento.-le dije entre risas- Devi asustarte ¿verdad? Lo siento.- este ladro una vez mas, e hizo algo que nunca espere. Se acerco a mí y lambió mi mejilla por primera vez.

Me quede inmóvil, por miedo a lastimarlo. Ni siquiera lo aparte. Pese en hacerlo, pero no pude.

-Gracias- me limite a decirle, y el se alejo solo.

Después de mi rato de locura y polaridad, me concentre de nuevo en la carretera.

Solo teníamos 3 horas más de viaje. Había estado 1 hora en el bar de Aberdeen, y había conducido en 4 horas lo que tendría que haber sido 5 horas. Lo extraño era que no me había detenido la policía, no había ni rastros de la misma. Reí como tonta ante esa idea. Era extraño. Nada de policías.

Puse de nuevo el auto en marcha. Ahora tendría que encontrar otro lugar en el cual poder parar y darle su comida a mi perro.

Entre que conducía y recordaba las palabras de mi madre, vi un cartel que decía “Alberge de Kalaloch”. Era un lugar para parar un rato, después de todo se lo debía a mi perro.

Aparque en un estacionamiento que debía pertenecer al alberge, cuando otro segundo cartel llamo mi atención. Se trataba de un cartel que guiaba hacia la playa Kalaloch.

Baje del auto, junto con mi perro y un pequeño bolso de mano, y nos dirigimos hacia el sendero.

La playa era hermosa, a pesar de que el día estaba algo nublado. Debían ser alrededor de las 1 de la tarde, o tal vez un poco mas.

Luego de una larga caminata, me senté en un tronco que estaba por allí: respire el aire y deje que mis músculos se relajaran, al igual que mi mente.

Para cuando ya había entrado en transe de relajación, oí a mi perro lloriquear al lado mío, muy concentrado en el bolso que tenia puesto. Tenía hambre, el pobre.

-Ups, lo siento.- saque la caja pequeña que contenía los biffes y se la puse en el suelo.- Von appeti- le dije sonriendo.

Solo tardo 20 minutos en devorar por completo los biffes y los huesos de los mismos.

-Oye, si mal no recuerdo, tu no tienes un nombre- me miro ladeando su cabeza a un lado.
-Nop, no lo tienes; así que mejor te pongo uno- le dije mirando hacia el mar.
-Haber… mmm..... tiene que ser algo único, dado que lo eres. Eres el único perro que se atreve a andar con una vampira; o al menos creo que soy eso, pero tu shhh, no le digas a nadie.- le susurre. El me miro y ladro, estando aun echado a mis pies en la arena.
-¿Qué tal Jack?... no, espera, es muy común ¡Lo tengo!- No tenia ni idea de cómo me vino el nombre a mi mente, pero me gusto.- ¡Paúl!, así te llamaras, Paúl.- el se incorporo y ladro.
-Te gusta, ¿verdad?- sonreí; el giro y ladre de nuevo.
-Tomare eso como un si.- reí- Ven, ¡vámonos!- le ordene y el salio corriendo en dirección al auto.

Definitivamente era bueno tenerlo conmigo.

Luego de una hora de parada, retomamos el viaje.

Tras 2 horas más de conducción, llegamos a Forks. Al menos eso decía el cartel que estaba en la entrada del pueblo.

-Llegamos- dije mirando a Paúl. Respire hondo.

Tenía que buscar a Billy, pero no sabia por donde comenzar. Así que me dirigí a la estación de policía del lugar.

Me pare a un costado de la calle y vi que un lugareño estaba sacando basura. De seguro el debe saber donde queda la estación; solo esperaba que así fuera.

-Disculpe, señor. Por casualidad ¿sabe como puedo llegar a la estación de policía?- le dije desde dentro del auto. Este me miro con algo de desconfianza y miedo. Podía oler su miedo.

Luego de un rato de vacilación y deliberación, me indico como llegar.

-Gracias.- dije, y volví a encender el auto.

Cuando entre a la estación, había una gran revuelta. Al parecer había ocurrido algo grabe, ¿pero que? El pueblo parecía, o al menos daba la impresión, de ser totalmente tranquilo.

Una mujer me miro y se acerco a mí.

-¿Necesitas algo?- me pregunto. Me llamo mucho la atención, tenía algunos rasgos físicos en su rostro iguales a los de Billy. Me dejo atónita.
- Si.- dije después del shock que me causo al verla.- Necesitaría saber como llegar a ¿La Push?- dudando, para parecer solo una turista y evitar preguntas incomodas.
-La Push, ¿eh?- me miro algo sonriente.
-Si. En realidad estoy buscando a un amigo de mi madre.- No supe por que le estaba contando aquello. Había algo en ella que me hacia sentir confianza.
-¿A quien? Porque yo vivo allí y conozco a todos en la reserva.- me dijo sonriendo.
-A un hombre… emm… Billy, Billy Black- dije.
-Billy. Si. Lo conozco- dijo algo seria.- Puedo preguntar ¿porque lo buscas?- me miro a los ojos. Eran estas las preguntas que quería evitar.
-Es personal- dije, agachando la cabeza. Ella buscaba algo en mi, algo que le dijera que no era de confianza, que era un peligro para Billy. Y no se equivocaba si pensaba eso. Porque lo era.
-Esta bien, lo siento- me dijo algo avergonzada- ¡Ven!- me guío hasta el mostrador principal y ll amo a un oficial- Matt, ¿podrías darme un mapa y un marcador?- dijo amablemente.
-Si, claro- dijo el oficial- ¡Toma!- le extendió ambas cosas.
-¿Puedo preguntarte de donde eres?- dijo mientras marcaba en el mapa.
-De Salt Lake- respondí.
-Ah… lejos- dijo y me dio el mapa.- OK. De seguro viniste por la 101 ¿no es así?- me sonrió.
-Si- dije mirando el mapa que me había dado.
-Bien, déjame decirte que pasaste por La Push antes de llegar aquí- dijo sonriendo de nuevo.
-OH- dije. “Tonta, eso te pasa por no prestar atención”, pensé.
-No te preocupes. De seguro te mareaste con tantos carteles- rió.- Es común en los turistas.
-Genial, una turista más.- reí.
-Si- rió de mi chiste tonto.- La casa de Billy esta pasando el sendero al acantilado, como a unos 60 metros más adelante. La ubicaras fácilmente por que es la única casa de color rojo viejo.- dijo algo riéndose.
-OK. Gracias, muchas gracias.- le extendí la mano para despedirla. Ella la tomo y sonrío.
-A propósito, soy Su Clearwater- me dijo.
-Row Mcfilson- dije.
-Un gusto Row. Dales mis saludos a Billy- me sonrió y soltó mi mano.
-Se los daré y gracias de nuevo- le sonreí.

Me gire, para saludarla por ultima vez, con la mano en alto y salí de la estación.

Ya estaba atardeciendo. Seria mejor dejar mi visita a Billy para mañana y buscar un lugar donde pasar la noche.

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